domingo, 12 de febrero de 2017


En la primera lectura de la Misa de hoy se afirma: “si quieres, guardarás sus mandamientos”. “Si queremos”, es decir, tenemos la libertad de elegir guardar los mandamientos o no. A continuación nos matiza un poco más: “delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que escoja” Somos dueños de nosotros mismos con nuestras decisiones libres disponemos de nuestras personas: vida o muerte. Hay decisiones de nuestra libertad que no supone disponer de nosotros del mismo modo, por ejemplo, decidir pintar una pared de verde o de azul no me cambia; sin embargo hay decisiones en las que mi libertad me cambia a mí. Las decisiones sobre los mandamientos son decisiones de “muerte o vida”. Si decido no cumplirlos y miento, robo,… me hago a mí mismo mentiroso, ladrón,… y ya no soy una persona confiable. Puedo elegir robar o no, pero ya no depende de mi libertad hacerme ladrón o no, eso es una consecuencia de mi decisión. Si elijo “vida” la consecuencia es que viviré, si elijo muerte es que moriré. Esta es la importante disyuntiva de nuestra libertad. Muerte o vida, no guardar o guardar los mandamientos.
Sin embargo, no estamos solos ante una responsabilidad tan grande. Dios ayuda nuestra libertad. Dios nos ha creado para sí, para entrar en comunión con él, por tanto nos ha creado para la Vida, para el Bien. Por ello en la naturaleza de todo hombre hay un deseo de Vida, de Bien, que el pecado original no ha destruido. Este deseo nos ayuda a elegir guardar los mandamientos y, por tanto, elegir Vida. Aunque soy libre ante este deseo, desgraciadamente podría elegir muerte. También ayuda nuestra libertad con el don del Espíritu Santo, liberándonos para elegirle a él, elegir la Vida, elegir guardar los mandamientos. Para esta libertad nos liberó Cristo (cf. Ga 5,1).
Dios “no mandó pecar al hombre”, nos dice la primera lectura. La libertad es para elegir el bien, por ello, como nos recuerda San Agustín, “la libertad primera consiste en estar exentos de crímenes … como el homicidio, el adulterio, la fornicación, el robo, … Cuando uno comienza a no ser culpable de estos crímenes (y ningún cristiano debe cometerlos), comienza a alzar los ojos a la libertad, pero esto no es más que el inicio de la libertad, no la libertad perfecta. (…) ¿Por qué, preguntará alguno, no perfecta todavía? Porque ‘siento en mis miembros otra ley en conflicto con la ley de mi razón’ … Libertad parcial, parcial esclavitud: la libertad no es aún completa, aún no es pura ni plena porque todavía no estamos en la eternidad. Conservamos en parte la debilidad y en parte hemos alcanzado la libertad. Todos nuestro pecados han sido borrados en el bautismo, pero ¿acaso ha desaparecido la debilidad después de que la iniquidad ha sido destruida? Si aquella hubiera desaparecido, se viviría sin pecado en la tierra. ¿Quién osará afirmar esto sino el soberbio, el indigno de la misericordia del liberador? … Más, como nos ha quedado alguna debilidad, me atrevo a decir que, en la medida en que sirvamos a Dios, somos libres, mientras que en la medida en que sigamos la ley del pecado somos esclavos.” (San Agustín, “In Iohanis Evangelium Tractatus”, 41, 9 -10)
Que la Virgen María nos haga obedientes a la voluntad de Dios, que para nuestro bien nos ha revelado en los mandamientos.


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