sábado, 25 de marzo de 2017


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INTERROGANTES DESDE LA EXISTENCIA DEL MAL
Ante e1 mal, ante la muerte, la enfermedad, la radical deficiencia física, muchos hacen actual la pregunta de los discípulos a Cristo, que se lee en el evangelio de este cuarto domingo de Cuaresma: ¿,Quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?

Las desdichas e invalideces que sufren los hombres son un gran problema sobre el que se ha discutido mucho desde la ciencia y desde la religión. Cuando el hombre nace con taras físicas es difícil explicar el mal. Se dice que el mal es consecuencia del pecado y basta abrir los ojos para ver la prosperidad de muchos pecadores y la desgracia de personas realmente buenas. Además constatamos con frecuencia que los pecadores duermen con sueño beatífico, propio de los justos, mientras que los buenos y santos están a veces atormentados por el remordimiento y los escrúpulos. Es preciso reconocer que la razón humana se encuentra sin argumentos satisfactorios en este ámbito.

La hipótesis de que los hijos padecen el castigo de sus padres es antiguo testamentaria y tiene dificultades casi insalvables. ¿Por qué los hijos de los borrachos heredan una gran carga de miserias, mientras que el hijo del asesino está libre de ellas?

La explicación que da Cristo es la única válida: el mal y la tara de nacimiento solamente han sido autorizados por Dios para que se manifieste su gloria. El pecado del ciego de nacimiento es el de todos los hombres, el original; nacemos con limitaciones, somos ciegos.

El aparente remedio casero, y no milagro, de hacer barro con la saliva y ungir los ojos es enormemente expresivo. La saliva que proviene de la lengua es como la sustancia de la palabra, que mezclándose con el polvo de la tierra se aplica para liberar de oscuridades y producir la luz. Dice el evangelista San Juan: “La Palabra era la luz de los hombres”.

Cristo pide al ciego que vaya a lavarse a la piscina de Siloé. Es toda una enseñanza sobre el bautismo, que exige una decisión personal. El ciego se lavó y vió; y comenzó su misión de atestiguar que ve, para consternación de quienes hacen los esfuerzos más cómicos y ridículos por negar la evidencia. Cuando adquiere la segunda y más profunda visión de la fe, entonces se produce verdaderamente el milagro.


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