sábado, 14 de abril de 2018

Día del Señor.


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PRUEBA DE LA RESURRECCIÓN DE CRISTO
El evangelio de este tercer domingo de Pascua recoge una serie de pruebas concretas y sensibles con las que Jesucristo abre gradualmente la mente de los apóstoles a la inteligencia de las Escrituras de todo el misterio del Crucificado-resucitado. Instruídos en esta verdad y convencidos de la realidad objetiva de la resurrección, los discípulos de Jesús se convertirán en garantes y anunciadores de cuanto han visto y comprendido.

El evangelista San Juan nos ha transmitido una página ejemplar de las pruebas y signos concretos de la resurrección. Tal página compendia el significado y el alcance que Jesús ha querido dar a sus repetidas apariciones durante el espacio de tiempo que va desde la Pascua a la Ascensión. Estos cuarenta días son la presencia nueva del Eterno en nuestro tiempo caduco, días de plenitud en los que Jesús demuestra que el verdadero tiempo es el tiempo de la resurrección y de la vida, tiempo que da sentido completo a la historia personal y universal.

El texto evangélico de este domingo tiene dos partes bien diferenciadas: la primera está centrada en la incredulidad de los apóstoles ante el hecho de la resurrección; la segunda parte pone el énfasis en el valor salvífico de la Pascua de Jesús, ilustrada a la luz de la Sagrada Escritura.

Podemos situarnos, con los apóstoles, dentro del Cenáculo de Jerusalén, es de noche y finaliza una jornada tumultuosa y agitada por las noticias que se han producido respecto a un muerto que se aparece vivo. Los apóstoles, cansados y probados, tienen el ánimo muy susceptible. Mientras hablan de lo acontecido, Jesús se presenta en medio y les dice: “Paz a vosotros”. El efecto de esta imprevista aparición produce en los apóstoles, miedo, sorpresa, turbación, incredulidad. Creen ver un fantasma o el espíritu de un muerto.

Al revelar esta reacción humana de los apóstoles, casi incapacitados para aceptar el hecho de la resurrección, San Lucas subraya la delicadeza del Resucitado frente a la incredulidad de sus discípulos. Jesús ofrece las pruebas más tangibles de la resurrección, para disipar cualquier duda o falsa ilusión. “Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo”. 

Cristo resucitado no es puro espíritu ni mera apariencia evanescente. Tiene cuerpo físico vivo y palpable; es un ser real no imaginario, que ha pasado de la muerte a la vida por obra de Dios. Y al final da la prueba extrema de su corporeidad real: come un trozo de pez asado. Desde este momento los apóstoles se convierten en creyentes de la resurrección, en testimonios vivos del misterio pascual, en intérpretes cristológicos de toda la Biblia.

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